Las palabras brillan como gemas. Son agua, luna, sal, rocío. Tienen alas, corazón,
brazos… Viven en la flor.
Las
palabras en boca del anciano recuerdan. Son lentas, suaves y sabias.Las palabras en boca de los niños sueñan. Son saltarinas, ríen y cantan.
Los pequeños coleccionan palabras, las miman y atesoran. Florecen en su boca y anidan en su corazón.
Las palabras les sirven de alimento para crecer.
Pero… ¿con qué clase de palabras alimentamos a nuestros niños?
Si les damos palabras de cariño, el niño se sentirá agradecido.
Si son de ánimo, crecerá fuerte.
Si las palabras son de paz, amará el mundo.
Si son de colores, aprenderá la alegría de vivir.
La poesía es el hada de las palabras. A la poesía le gustan los niños, y a los niños les gusta la poesía.
Ellos muestran una tendencia natural por la creación literaria. Juegan con las palabras, las desarman, las mecen, las estrujan, las repiten, las nombran. Solo necesitan que alguien guíe sus pasos de poeta.
Porque la poesía, igual que la música, tiene un poder curativo. Ambas se llevan bien. Y gracias a estas damas tan finas y elegantes podemos elevarnos, amar, soñar…
A través del cristal de los versos, el niño observa el mundo con sus ojos de niño. Aprende a respetar las diferencias, se detiene en lo esencial, crece en valores y admira la obra de los otros, descubre la belleza de la vida, se hace mejor persona.
Al recitar se desata su entusiasmo, comparte y escucha a su corazón.
Alimentemos, pues, a nuestros niños de palabras amables. Palabras que despierten en ellos el gozo de ser niño, de crecer, de jugar, de vivir.
Facilitémosles el acceso a la poesía.
Y sustituyamos las voces y los ruidos por los bellos sonidos de la música.
Seamos felices para que
nuestros niños también lo sean.
Isabel Jiménez
Isabel Jiménez